#LaColumna LOCURAS CUERDAS.
El Bravo de Matamoros.
Al final las obras quedan las gentes se van, otros que vienen las continuarán, la vida sigue igual. Julio Iglesias.
Los tiempos de la política son efímeros, pero mientras duran parece que serán eternos, quienes detentan el poder se sienten viajando en un presente continuo que no tiene fin, hasta que el fin llega. Pueden pasar por nuestra mente todos los nombres de los anteriores protagonistas del drama político que mucho nos cautiva a quienes con cierto gusto y pasión nos gusta analizarlo en sus diferentes aristas que la conforman.
A riesgo de parecer hiperbólico, es decir exagerado, me atrevo a remontarme al ya muy lejano Imperio Romano, ese tramo de la historia que muchas veces estudiamos en el trayecto de nuestra vida académica y que nos parecía un imperio expansivo y sin fin que duro 503 años. Por otro lado no puedo dejar de mencionar un caso parecido con Alejandro Magno, un personaje con tal voracidad por el poder que cuando lo tuvo también padeció el mismo diagnóstico existencial, llego a creer que tal posesión suya del imperio de Macedonia era para siempre hasta que a sus muy tempranos 33 años lo alcanzo la muerte, y con ello la contundente y arrolladora realidad que seguramente lo hizo entender en su lecho de muerte la eminente temporalidad de todas las cosas en esta vida, incluyendo el ejercicio del poder.
Permíteme, sesudo lector, darte otros tantos ejemplos, dice la ciencia de la educación que la repetición de los argumentos es la base del aprendizaje y el entendimiento. La época de la colonia en nuestro México, hoy tan vilipendiada por la narrativa oficial, es otro caso de tiempos de poder, el de los españoles, que parecía infinito, duraron un poco menos que el Imperio Romano, 300 años, pero “se fini”.
La monarquía en Francia fue otro espacio de poder cuyos síntomas patológicos existenciales proclives a suponer un imperio sin fin se manifestó en el barbarismo de la emblemática expresión de Luis XIV: “El Estado soy yo”. Quien, con una insuperable paradoja, la expresó cuando más cerca estaba de su fin. Una expresión que denotaba con énfasis el multicitado síndrome de Hubris, cuya característica es el ego desmedido, el enfoque personal exagerado, el desprecio hacia las opiniones de los demás y el suponer que se es la excepción en la dinámica del fin del poder.
Y a riesgo de saltarme muchos otros tramos de la historia traigo a colación en esta pasarela histórica del poder otro fragmento mucho más corto, pero no por eso quienes vivimos una parte del mismo estuvimos exentos de la misma sensación de eternidad mientras estuvo vigente. Los casi 80 años del ubicuo y omnímodo PRI en el poder. Menos que la época de la colonia y la monarquía francesa y mucho menos que el Imperio Romano.
Pienso que quienes vivieron el final de todas estas etapas de la historia tuvieron sensaciones muy parecidas a la nuestra, es decir sentimientos encontrados con respecto a la apreciación de quienes en su momento tuvieron mucho poder y después, simplemente ya no. Bien pudiéramos llamarlo resistencia al cambio.
Todo este planteamiento me vino a colación ayer que escuche el tercer informe de gobierno del alcalde morenista de Matamoros Mario López. Un espacio de poder en nuestra ciudad que ha sido ocupado por otros partidos y personajes que hoy siguen con vida, pero ya sin el control que tuvieron del Municipio.
Mario López encarna otros tiempos que pudiéramos adjetivar de “nuevos” y que en forma por demás pragmática aprovecha para nuestra ciudad el momentum llamado López Obrador.
Que esos más de 2,300 millones de pesos que llegaron a nuestra ciudad en los últimos 3 años en obra de infraestructura fue por el simple hecho de que nos gobierna el mismo partido del presidente de la República, puede ser una realidad incomoda o agradable, pero el punto aquí es que sociedad y gobierno en nuestra ciudad hemos sabido adaptarnos al cambio que implicó la llegada de AMLO a Palacio Nacional.
Decía mi adorada madre, no te pelees nunca con la realidad, que por “in saecula saeculorum” va invicta cuantas veces la raza humana la ha retado. En ese cambio que experimentó nuestra ciudad, llámela 4ª transformación o como guste llamarla, Mario López ha sabido sacarle ventaja con un sinfín de obras que se ven.
En retrospectiva podemos decir que no todo lo pasado fue malo, pero en el cambio que nos llegó, gracias a nosotros o a pesar de nosotros, los astros se han acomodado para que en medio de una realidad imperfecta Matamoros luzca mejor que hace tres años cuando llegó el López de Matamoros al mismo tiempo que otro López llego a Palacio Nacional.
Esperemos que en los próximos tres años continúe ese ritmo de inversión para nuestra ciudad y que aceptemos los cambios como una acción colectiva inteligente para una comunidad de nuestras características.
El tiempo hablará.